lunes, 9 de julio de 2012

VÍA CRÍTICA / The Last Peje


Miguel Ángel Gómez Polanco

Seguramente usted recuerda aquella fastuosa película dirigida por Edward Zwick (Blood Diamond; 2006) y protagonizada por Tom Cruise y Ken Watanabe, en la que el primero interpreta a un militar degradado llamado Nathan Algren, que recibe la encomienda de poner al tiro a un incipiente y débil Ejército japonés, para enfrentar la rebelión del segundo; un samurái de nombre Katsumoto, quien decide aprovechar el débil momento del imperio para restablecer el honor de la cultura milenaria que antecede al país asiático.
            The Last Samurai (El último Samurái) aborda el tema de la revolución cultural, de conciencias y humana que sacudió a la frágil soberanía de Japón, no obstante la hegemonía imperial, desesperanzada y confusa sobre los métodos para restablecer al país.
            Ahora ¿se imagina un entorno similar en México? Guardando sus respectivas dimensiones, la nación atraviesa por un momento que podría ser una perfecta analogía de la temática que toca esta cinta nominada a cuatro Oscars. Ahí le va por qué:
            Luego de un terrible letargo, embalsamado por la desidia ciudadana, reforzado por la ignorancia y mantenido por el abuso de las clases de poder más fuertes; la anhelada transición llegó a nuestro país de la mano de quienes menos se pensaba (pero quienes era más lógico que la emprendieran): los ciudadanos.
            El despertar de la sociedad dio un giro inesperado que, a diferencia de hace seis años, ahora parece tener alma propia; no como títeres de la rebelión y el mitote que tomó Reforma y violó la Constitución con su nombramiento, algo que, no obstante, resultó para que se concibiera una idea diferente respecto a la exigencia de democracia, pero afectó a muchas y muchos también.
            Y esto fue tan sólo el comienzo. No se puede defender lo indefendible: lo que se afianzó en la Ibero no es reciente; fue el resultado de un plan perfecto de la izquierda mexicana para capitalizar un movimiento paralelo, cuyos orígenes concretos fueron en el 2006 y que sirviera de cimiento de cara al 2018, año para el que ya se tiene un proyecto claro que, incluso en este mismo año, pudo dar la sorpresa, pero se decidió aguardarlo para dejar actuar al dragón ciudadano. Esa era la tirada, ya que la izquierda no hubiera aguantado otro "presidente legítimo".
            Así pues, Andrés Manuel López Obrador tenía que cobrar factura y hacer válida su larga campaña de un sexenio, lo cual las convalecientes tribus izquierdistas comprendieron y lo apoyaron, aunque fue él quien trabó muchas de las alianzas que pudieron dar poderío al renacimiento de la que hoy vuelve a ser la segunda fuerza política del país, dejando hasta el tercer lugar al empinado panismo.
               Para bien o para mal, Andrés Manuel significa un ícono que en estos momentos está en decadencia, por lo que la izquierda lo respaldó institucionalmente en su último chance, conscientes del poder de convocatoria e irredento significado de ello, pero con sus respectivas reservas, ya que el apoyo real de esta corriente está siendo apoyado por la necesidad de cambio que los #YoSoy132 comenzaron y que ahora se ha contagiado en una sociedad organizada, pero aún en ciernes.
            De esta manera, AMLO, cual Nathan Algren, “preparó” al país para exigir, estructurarse y formar parte de un frente común contra el poderosísimo PRI; sinergia futura en la cual se integrará el PAN y que tendrá su primera prueba de fuego en el 2015 con la renovación de varias gubernaturas, en las que seguramente, si no sucede algo extraordinario, se implementaría algo como lo que en el estado de Puebla, bajo la figura de Rafael Moreno Valle, se obtuvo y ha dado resultados, no importando lo “impúdico” que sea la conjunción entre izquierda, derecha y sociedad.
            Por ello se deduce que el PRI tiene ante sí el reto más grande como institución: cumplen con la gente y rellenan entre todos el hueco que representará Enrique Peña Nieto como persona y futuro gobernante, o se las empezarán a ver negras (amarillas o azules) dentro de tres años, pues ya existen focos rojos en varias entidades como Veracruz, donde la labor de Javier Duarte de Ochoa para nada garantiza la continuidad del tricolor, pues su labor ha sido duramente criticada (incluso a nivel internacional), sumado a que no cumplió con la cuota de votos para las presidenciales y se hizo amigo de un Calderón que hace poco le dijo “bye, bye” a la hermandad.
Asimismo, aún cuando existen cartas verdaderamente fuertes y con alto grado de garantía para el PRI, no las pela -como los dos senadores electos, por ejemplo- y exhibe una vez más de su inexperiencia y terquedad considerando hasta el momento a los alcaldes de Tuxpan y Boca del Río como sus “delfines” más probables.

SUI GENERIS
La mesa está puesta y ahora sólo resta dejarle al tiempo la gran pregunta: ¿confirmará México que es un país de “modas” o demostrará que sí tiene convicciones?
            Este cuestionamiento, dirigido al descontento colectivo, ya tiene un líder que aguardará para su respuesta; alguien que de la mano de toda la caballería partidocarática opuesta al PRI y de los “indignados” mismos, hará hasta lo imposible por echar para abajo las aspiraciones a largo plazo del tricolor. Se llama Marcelo y -dicen los que saben- es el "Plan B” para el 2018, porque el "A", siempre fue el pueblo mexicano. ¿Ah verdad?



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