Miguel Ángel Gómez Polanco
Seguramente
usted recuerda aquella fastuosa película dirigida por Edward Zwick (Blood
Diamond; 2006) y protagonizada por Tom Cruise y Ken Watanabe, en la que el
primero interpreta a un militar degradado llamado Nathan Algren, que recibe la
encomienda de poner al tiro a un incipiente y débil Ejército japonés, para enfrentar
la rebelión del segundo; un samurái de nombre Katsumoto, quien decide aprovechar
el débil momento del imperio para restablecer el honor de la cultura milenaria
que antecede al país asiático.
The Last Samurai (El último Samurái)
aborda el tema de la revolución cultural, de conciencias y humana que sacudió a
la frágil soberanía de Japón, no obstante la hegemonía imperial, desesperanzada
y confusa sobre los métodos para restablecer al país.
Ahora ¿se imagina un entorno similar
en México? Guardando sus respectivas dimensiones, la nación atraviesa por un
momento que podría ser una perfecta analogía de la temática que toca esta cinta
nominada a cuatro Oscars. Ahí le va por qué:
Luego de un terrible letargo,
embalsamado por la desidia ciudadana, reforzado por la ignorancia y mantenido
por el abuso de las clases de poder más fuertes; la anhelada transición llegó a
nuestro país de la mano de quienes menos se pensaba (pero quienes era más
lógico que la emprendieran): los ciudadanos.
El despertar de la sociedad dio un
giro inesperado que, a diferencia de hace seis años, ahora parece tener alma
propia; no como títeres de la rebelión y el mitote que tomó Reforma
y violó la Constitución con su nombramiento, algo que, no obstante, resultó
para que se concibiera una idea diferente respecto a la exigencia de
democracia, pero afectó a muchas y muchos también.
Y esto fue tan sólo el comienzo. No
se puede defender lo indefendible: lo que se afianzó en la Ibero no es
reciente; fue el resultado de un plan perfecto de la izquierda mexicana para
capitalizar un movimiento paralelo, cuyos orígenes concretos fueron en el 2006
y que sirviera de cimiento de cara al 2018, año para el que ya se tiene un proyecto
claro que, incluso en este mismo año, pudo dar la sorpresa, pero se decidió
aguardarlo para dejar actuar al dragón ciudadano. Esa era la tirada, ya que la izquierda no hubiera aguantado otro "presidente legítimo".
Así pues, Andrés Manuel López
Obrador tenía que cobrar factura y hacer válida su larga campaña de un sexenio,
lo cual las convalecientes tribus izquierdistas comprendieron y lo apoyaron,
aunque fue él quien trabó muchas de las alianzas que pudieron dar poderío al
renacimiento de la que hoy vuelve a ser la segunda fuerza política del país,
dejando hasta el tercer lugar al empinado panismo.
Para bien o para mal, Andrés Manuel significa
un ícono que en estos momentos está en decadencia, por lo que la izquierda lo
respaldó institucionalmente en su último chance, conscientes del poder de convocatoria
e irredento significado de ello, pero con sus respectivas reservas, ya que el
apoyo real de esta corriente está siendo apoyado por la necesidad de cambio que
los #YoSoy132 comenzaron y que ahora se ha contagiado en una sociedad
organizada, pero aún en ciernes.
De esta manera, AMLO, cual Nathan
Algren, “preparó” al país para exigir, estructurarse y formar parte de un
frente común contra el poderosísimo PRI; sinergia futura en la cual se
integrará el PAN y que tendrá su primera prueba de fuego en el 2015 con la renovación
de varias gubernaturas, en las que seguramente, si no sucede algo
extraordinario, se implementaría algo como lo que en el estado de Puebla, bajo
la figura de Rafael Moreno Valle, se obtuvo y ha dado resultados, no importando
lo “impúdico” que sea la conjunción entre izquierda, derecha y sociedad.
Por ello se deduce que el PRI tiene
ante sí el reto más grande como institución: cumplen con la gente y rellenan
entre todos el hueco que representará Enrique Peña Nieto como persona y futuro
gobernante, o se las empezarán a ver negras (amarillas o azules) dentro de tres
años, pues ya existen focos rojos en varias entidades como Veracruz, donde la
labor de Javier Duarte de Ochoa para nada garantiza la continuidad del tricolor,
pues su labor ha sido duramente criticada (incluso a nivel internacional),
sumado a que no cumplió con la cuota de votos para las presidenciales y se hizo
amigo de un Calderón que hace poco le dijo “bye, bye” a la hermandad.
Asimismo,
aún cuando existen cartas verdaderamente fuertes y con alto grado de garantía para
el PRI, no las pela -como los dos senadores electos, por ejemplo- y exhibe una
vez más de su inexperiencia y terquedad considerando hasta el momento a los
alcaldes de Tuxpan y Boca del Río como sus “delfines” más probables.
SUI GENERIS
La
mesa está puesta y ahora sólo resta dejarle al tiempo la gran pregunta:
¿confirmará México que es un país de “modas” o demostrará que sí tiene
convicciones?
Este cuestionamiento, dirigido al descontento
colectivo, ya tiene un líder que aguardará para su respuesta; alguien que de la
mano de toda la caballería partidocarática opuesta al PRI y de los “indignados”
mismos, hará hasta lo imposible por echar para abajo las aspiraciones a largo
plazo del tricolor. Se llama Marcelo y -dicen los que saben- es el "Plan B” para el 2018, porque el "A", siempre fue el pueblo mexicano. ¿Ah verdad?
Twitter: @MA_GomezPolanco
Facebook: Miguel Ángel Gómez Polanco
Correo electrónico: magomezpolanco@gmail.com
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