Varios meses tuvieron que pasar para que la Comisión del Trabajo de la Cámara de Diputados sesionara. El resultado del encuentro, el mismo: sin llegar a acuerdos, luciendo indignaciones y anunciando que probablemente el dictamen respecto a la Reforma Laboral, saldrá de todo consenso para el presente período legislativo y mandándolo hasta Febrero del 2012.
El principal señalamiento radica en que, no obstante la mayoría priista, el análisis y consecuente modificación y/o aprobación de la Reforma ha sido frenada, más no descartada, por quien apodan “el literato mexiquense” apoyado evidentemente por la comuna de su partido, con la intención de llegar a los comicios del próximo año y, previendo un posible triunfo, entonces sí darle luz verde a ésta y otras en iguales circunstancias como la de Seguridad y la Política.
Incluso, el diputado priista Armando Neyra, líder de la CTM en el Estado de México, lo dice sin remordimientos: la Reforma Laboral será aprobada hasta después de las elecciones de Julio, cuando México tenga un presidente acorde con las necesidades que un cambio así, requiere.
Así pues, si no fuera por su afán de prolongar las alternativas estructurales para el progreso para el país, apegado a una vieja escuela estilo López Portillo, unitaria e insensible a los cambios urgentes que lo que menos necesitan es un hombre obstinado por tener bajo su control todo; entonces yo votaría por Peña Nieto.
Pruebas de obstinación, hay de sobra. Por ejemplo, “nombrar” a Eruviel Ávila como candidato al gobierno de Edomex.
La razón: Ávila es el primer mandatario en más de 70 años que no es integrante “legítimo” del mítico Grupo Atlacomulco, pues es oriundo de del Valle de México a diferencia de quienes han ocupado el mismo puesto durante este tiempo, originarios del Valle de Toluca, en una cadena de imposiciones ya tradicional.
Y usted se preguntará ¿pero esto, qué tiene que ver? Pues ahí le va: Enrique Peña Nieto, actual líder de esta agrupación, se pasó como dicen, “por las armas”, la única regla del grupo en cuestión, la cual estaba basada en la lealtad promovida desde su presunta fundación por el hoy extinto Carlos Hank González.
No obstante, aunque la decisión tomada por el copetudo tenía un sustento muy viable, como el hecho de que Eruviel haya nacido y cuente con una estructura electoral verdaderamente impresionante en el Valle de México, lugar donde se hallan nueve de los diez municipios más poblados del país; el cambio obedeció, indudablemente, a un interés casi obsesivo por garantizar resultados positivos en las urnas rumbo a la presidencia, dejando al descubierto una suerte de “sacrificio” del grupo y sus demostradamente frágiles normas actuales.
Si este individuo es capaz de romper con tanta facilidad el código tan cuidado por décadas, como el del Grupo Atlacomulco –lo cual no significa que su filosofía sea buena opción, pues es conocida la fuerte tendencia al nepotismo, autoritarismo y la corrupción- entonces ¿qué sería capaz de hacer o dejar de, por un país con serios problemas de pobreza, rezago educativo y consecuente ignorancia, así como de violencia? Si no tuviera que preguntar esto, yo votaría por Peña Nieto.
Y aún hay más, amigo lector: el candidato único del PRI por la silla presidencial (no la del águila, de Enrique Krauze y menos la de Carlos Fuentes) se ha desenvuelto en un ambiente católico por conveniencia como integrante del Opus Dei, reiterando su objetivo de poder, incluso, pegándose con esferas religiosas y -de nuevo- valiéndole un cacahuate el Estado Secular de nuestro país.
Y para rematar, citar penosamente libros que describen el proceso “del México de los caudillos, al México institucional” para no hacer el ridículo, aún cuando su figura represente, en efecto, un caudillismo pero mediático, respaldado por la televisora encabezada por uno de apellido Azcárraga.
En verdad que si no fuera por lo anteriormente desahogado, yo votaría por Enrique Peña Nieto.
Sui Generis
Agradeceré que se le avise a Carlos Loret de Mola que antes de querer regular espacios globales como la Internet y redes sociales, deben existir cambios (impedidos por su “víctima” de la guerra sucia) que en lugar de prohibir, fomenten la libertad de expresión bien sustentada (ya existente, por cierto). Aún así, no se puede defender lo indefendible, por más jugosa que sea la “mochada”.
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