lunes, 9 de mayo de 2011

VÍA CRÍTICA / A ti, madre

Por Miguel Ángel Gómez Polanco

No hay noche oscura, ni estridencia tan confusa cuando tú estás. Es tu vida, la mía, que con toques de orgullo y ejemplo, me transporta por este espacio, terrenal y a veces banal, para lograr poner en alto aquella mitad y entero a la vez, que con afables adiciones y ferviente devoción, ofreciste para que yo estuviera aquí.
            He ahí la dificultad de percibir un mundo sin ti, aún cuando el apego espiritual insista en no dejarte ir. Hoy quisiera dedicarte estas palabras, como merecido homenaje a tu sacrificio. Si estás o no, yo te llevo, igual que tú me conduces. Si nos volvemos a ver ¡agárrate! Porque será para siempre.
            Un Amigo me prometió ese encuentro y ¿sabes? Soy tremendamente feliz con tan solo pensarlo. Lo que no me explico es ¿por qué te fuiste? Aunque te confieso, cuando suplo nuestras pláticas por recesos para que reflexione la soledad, a veces creo saberlo.
            Tu felicidad y esperanza sigue aquí, son parte de la cotidianeidad. Tantas como tú, se quedaron para concentrar ese cariño, físicamente inexplicable, y lo comparten. Porque la dicha de saberte amorosa y fuerte, cual sinuoso pilar en la edificación de la vida, es lo que alimenta a este mundo.
            Es una realidad en ocasiones no valorada, pero igualmente innegable; mujer, a final de cuentas. Ahí está el detalle, como diría el cómico de los pantalones mermados. Tú y ellas, son la base de toda sapiencia, acá, en la existencia que Dios nos obsequió, en la que cada quien es libre de otorgar la ruta que le plazca, siempre contando con tu fe para que sea la correcta.
            Por eso hoy, más que celebrarte, te quiero recordar lo necesaria que eres. Esa intransigente abadía en la que me contuviste, cediendo lugar al frágil temor transformado con inmediatez en emoción, es la casa que siempre añoraré, pero que hoy, te ofrezco devolver en mi corazón. Ahora, tú estás dentro de mí y te siento en cada decisión, cada lágrima, cada sonrisa, y en todos los momentos que me hacen partícipe del aire que me ayudaste a respirar.
            Gracias también, por ser parte de ese grupo de seres capaces de todo, por nada, razón por la que no puedo ni siquiera dudar, que madre, no solo hay una; son un mundo, el nuestro. Felicitarte está de más y reconocerte, apenas alcanza. Tus días son todos, por lo menos, hasta que Cronos cambie de parecer. Por lo mientras, hasta pronto.


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