viernes, 30 de septiembre de 2011

VÍA CRÍTICA / Contragobierno

Por Miguel Ángel Gómez Polanco

En 1943, justo cuando la caída del régimen Nazi pasó de lo inminente a lo palpable, las estrategias del Tercer Reich para darle seguimiento al cautiverio de la opinión pública fueron determinantes. Joseph Goebbels, ministro de propaganda nazi, recurrió a técnicas, entonces vanguardistas, que buscaron mantener la atención y lealtad inducidas por el imperio, pese a los acontecimientos que marcaban una clara tendencia a la derrota y que, evidentemente, comenzaban a hacer mella en la ciudadanía.
            En este contexto, dos de los métodos más eficaces utilizados en los momentos de crisis por Goebbels -considerado por muchos el padre de la publicidad contemporánea- fue la provocación de desperfectos que alarmaran a la sociedad y dieran oportunidad al gobierno de Hitler de resarcir lo acontecido, aumentando la credibilidad en éste. Asimismo, la dosificación informativa e incluso la retención total de detalles respecto a lo que sucedía al exterior del país, como las muestras de la derrota que se avecinaba, causaba una marcada incertidumbre en la gente, pues cada vez era mayor el deseo de escuchar “buenas noticias”.
            Sin embargo, dentro de todo lo malo que pudo significar la represión ejercida contra la población de la Alemania Nacional Socialista, había una característica que dio un respiro de sosiego dentro del caos: la información que se le daba a los ciudadanos era la que querían escuchar. Lamentablemente, lo que sucedería después con la manipulación de este sentimiento en la gente, es lo que rompería con lo que tal vez habría sentado un precedente en el manejo de masas, partiendo de un sesgo conveniente en la información.
            Otro caso fue el protagonizado por el empresario del periodismo estadounidense William Randolph Hearst, autor de la legendaria frase “yo hago la noticia”. Su principal anécdota tuvo lugar a finales del siglo XIX, cuando la disputa entre los Estados Unidos de América y España por el control de Cuba trajo consigo un nuevo elemento a la batalla: el Canal de Panamá que, gracias a Hearst, apoyado por su periódico The Morning Journal, desencadenaría una guerra absoluta entre estos dos países, demostrando también el potencial de un medio de comunicación como promotor de la especulación y los intereses particulares.
            ¿Adivina hacia donde me dirijo? No dudo que sí. Hoy en día, el pueblo veracruzano puede considerarse el punto medio entre los dos pasajes narrados. Sí, porque queremos escuchar buenas noticias, esas que la élite gubernamental, tal vez ajena a sus intenciones –o por lo menos, eso quiero pensar-, está imposibilitada para difundir. De igual forma, la parcialidad informativa en los medios de comunicación también es una constante, incluyendo la herramienta de moda, que son las redes sociales.
            Por eso es importante tener presente lo que, socialmente, es nuestro deber en estos momentos: legitimar una mentalidad insurgente, de vivas intenciones por estar informados y ocupar responsablemente nuestro conocimiento sobre la situación que vivimos; una especie de contragobierno, atípico, que nos de tranquilidad, pero no por lo que nos digan y queramos escuchar sino por lo que nosotros busquemos saber, repito, con responsabilidad.

 


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viernes, 23 de septiembre de 2011

VÍA CRÍTICA / ¿Caímos en la red?

Por Miguel Ángel Gómez Polanco

Las tecnologías de información evolucionan al paso de la humanidad y sus necesidades, es innegable. El problema es el uso que se les da, y más, cuando la influencia popular se ve inmersa en intereses sobre todo políticos.
            Por ejemplo, tenemos el caso de Barack Obama, presidente de los Estados Unidos de América. Este personaje, sin lugar a dudas, es la muestra más fehaciente del potencial movilizador de una tecnología de la información, específicamente las redes sociales.
            Para Obama, la estructuración de su discurso político se facilitó al valerse de las redes Twitter y Facebook como partes fundamentales de su campaña presidencial y la generación de una opinión pública a favor, bien sustentada.
            El mandatario norteamericano fundó su carrera por la presidencia en una modalidad de contacto ciudadano virtual a través de estas redes, fungiendo más como un gestor de propuestas y no como una figura demagógica, de esas que socialmente forman parte de una verdadera vieja escuela.
            No obstante, aunque el caso del afroamericano pudiera tomarse como un parte aguas en la utilización de la tecnología de forma hábil y propositiva, también hay apartados en los que el poder de las redes sociales puede tergiversarse y ser causal de fenómenos enteramente sicóticos, en perjuicio de un país como el nuestro, donde el acceso a la tecnología -irónicamente- ha sido limitado y sectorizado para el beneficio de unos cuantos, a sabiendas de que los votos pueden ser más fácilmente conseguidos por la práctica del populismo y  técnicas electoreras que abusan de la ignorancia que, aunque nos enojemos, abunda en México.
            Es entonces cuando surge el cuestionamiento sobre la posición que ocupa México en la cantidad de usuarios registrados y activos de Twitter y Facebook a nivel mundial–doceavo y sexto, respectivamente- pues aunque esto pudiera significar una ventaja para la promoción de aspectos que coadyuven al mejoramiento del país, pareciera que esta característica está supeditada al “tipo” de información que el mexicano quiere obtener y/o difundir en estos sitios.
            Por ello, las medidas como el nuevo y “perturbador” artículo 373 del Código Penal del estado, no deben considerarse un impedimento para la libertad de expresión, pues si bien significa una lacerante exhibición de la carencia de garantías, lo importante será que como ciudadanos nos demos a la tarea de aprovecharlo para elaborar discursos que, como el mismísimo Barack, sirvan para seguir señalando sin temor lo que requiramos, sin caer en la truculenta red –y no social- que se nos ha tejido.



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viernes, 16 de septiembre de 2011

VÍA CRÍTICA / La herencia de Orson


El 30 de octubre de 1938, en los Estados Unidos de América, un hecho sin precedentes marcó la historia de la radio en aquel país, y dejó un muy particular recuerdo en la memoria de quienes fueron parte de la inusual narración protagonizada por el multifacético Orson Welles, en la que de forma completamente realista y alarmante, describió lo que parecía una invasión extraterrestre.
            El ejercicio correspondía a la adaptación del clásico literario de H.G. Wells, “La Guerra de los Mundos”, que por vez primera contaría con una versión radiofónica.
            Aquel día, quienes sintonizaron la intervención de Orson en los momentos que transcurría la acción más dramática, se atemorizaron de tal manera que, incluso, provocaron un caos de interpretación impactante, pues harían de las comisarias y calles de Nueva York –principalmente- una caótica e imaginativa ambientación de la invasión que se desarrollaba en la historia.
            Fue así que, después de una hora de histeria colectiva, la nota final la daría el propio Orson Welles, quien al ver el alcance de su “experimento”, pidió una disculpa que no fue bien recibida por la ciudadanía. No obstante, la única verdad para Welles radicó en el logro de mover masas a través de un discurso bien elaborado y sin importar la veracidad de lo que se narraba, demostrando el poder de un medio como la radio, pero sin exentarlo de un mal uso con capacidad de trascender a lo trágico.
            Pero 70 años después, los rumores y el ingenio de los veracruzanos jugaron una mala pasada similar, al hacer fluir versiones de supuestos ataques a los asistentes de la Plaza Lerdo, la noche del 15 de septiembre, algo que como ya es costumbre en nuestro estado -y muy parecido a lo acontecido con los radioescuchas de Orson Welles- desataría en el imaginario colectivo suposiciones y creencias que dieron como resultado una afluencia menor a la registrada en otros años.
            Esta comparación no sugiere una crítica por las variadas interpretaciones que el ser humano por sí mismo, los medios de comunicación y las redes sociales somos capaces de crear para infundir un miedo con el que nos hemos tenido que acostumbrar a vivir, pues los hechos ahí están y sin innegables.
Sin embargo, la herencia de Orson, no es más que un ejemplo de la importancia de la información y nuestra responsabilidad para seleccionarla. En la ciudadanía está no ceder al temor y exigir lo que le corresponde, sin imaginar de más, aún cuando quienes fueran a las plazas cívicas en años subsecuentes, sean puros acarreados, y no quienes contamos con la oportunidad de estar bien informados.


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viernes, 2 de septiembre de 2011

VÍA CRÍTICA / La palabra de moda

Por Miguel Ángel Gómez Polanco

El 23 de junio de 1985, mueren 329 personas que viajaban a bordo de Boeing 737 de Air India, luego de explotar en éste una bomba colocada presuntamente por separatistas del país hindú.
Cuatr0 años más tarde, el 27 de noviembre de 1989, en Colombia, la disputa territorial entre los cárteles de la droga de aquel país, provoca una de las perores tragedias registradas por este motivo: el Cártel de Medellín “explota” un Boeing 727 en la capital Bogotá, muriendo los 107 ocupantes. Entre las víctimas, se logra identificar a dos integrantes del Cártel de Cali.
De igual forma, el 31 de enero de 1996, más de 200 muertos y mil 400 heridos fue el saldo que dejó un ataque suicida protagonizado por la guerrilla tamil, al impactar un camión-bomba contra el edificio del Banco Central en Colombo, en Sri Lanka.
Por otra parte, en los Estados Unidos de América, en el fatídico y recordado 11 de septiembre del año 2001, dos aviones se estrellan en las emblemáticas Torres Gemelas de Nueva York, provocando su desplome. Casi al mismo tiempo, pero en el edificio del Pentágono en Washington, otro aeromotor es impactado. Posteriormente, un cuarto avión cae a unos kilómetros de Pittsburg. De todo ello, la cifra final fue de 2 mil 976 muertos.
Recientemente, en Noruega, un ataque perpetrado por Anders Behring Breivik en la capital Oslo y en la isla de Utøya, deja un saldo oficial de 77 muertos.
A lo anterior se le denomina terrorismo, considerado como “la búsqueda de coaccionar y presionar a los gobiernos o la sociedad en general para imponer sus reclamos y proclamas”, de acuerdo con definiciones de expertos en la materia.
Pero la calificación de “terrorista” ha sido reinterpretada. Ahora, por ejemplo, el término también es utilizado para describir a todo aquel opositor que no comulgue con la ideología de un sistema gubernamental, con o sin violencia de por medio, incluso con simples “alborotadores”.
Sin embargo, está el caso de aquellos que, valiéndose de las herramientas tecnológicas disponibles, “sabotearon” la tranquilidad social, producto, tal vez, de un miedo generalizado que nos agobia a todos los mexicanos, haciendo de la palabra terrorista –ahora de moda- un concepto vertiginoso y ciertamente confuso.
Según la Real Academia Española, terrorismo es la “sucesión de actos de violencia ejecutados para infundir terror”. Tal vez por eso sea que incendiar taxis y calcinar personas en ellos, no se considere terrorismo, sino pandillerismo o ajuste de cuentas, pues no había un precedente similar. O quizá se deba a que en México, al terror se le llama “guerra”. Se me ocurre que por eso sea, pero no soy terrorista, lo juro.


 



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