Por Miguel Ángel Gómez Polanco
Probablemente una de las virtudes más grandes que puede –y debe- tener
el ser humano, es la seguridad en sí mismo. No obstante, esta característica es
a veces confundida con la capacidad de ambicionar a tal grado que dejen de
importar los intereses de terceros y el camino se convierta en una cadena de
tropelías que dejan al descubierto la adquisición de una naturaleza
intransigente y autoritaria.
Sin
embargo, en el juego político de México, esto parece ser una falsa cualidad que
apuesta por la estrategia electoral con miras a la obtención del triunfo, sin
que importe la verdadera intención de que sean los ciudadanos, como principales
beneficiados/afectados, los que tengan posibilidad de ejercer su derecho a
participar en los diversos temas que involucran el desarrollo de la nación.
Claro
ejemplo de lo anterior es lo sucedido con la aprobación de la polémica y
sesgada Reforma Política por parte de la Cámara de diputados saliente el pasado
19 de abril, que comprobó la teoría sobre la paralización de
modificaciones constitucionales realizadas por la mayoría dominante en el
Congreso de la Unión, para beneficiar al que ya ven como futuro presidente de
México.
El
atole con el dedo que representa esta “reforma”, deja fuera la aplicación de
las figuras que probablemente le daban su esencia ciudadana, quedando en una
evolución parcial que únicamente servirá al candidato priista para decir que él
“sí cumple con los cambios que han quedado estancados por mucho tiempo, debido
a la intervención de administraciones de otros partidos”, pero manteniendo
intocable y con un poder absolutista al presidente, apoyado por diputados y
senadores del mismo color.
Por
ejemplo, de los 11 puntos que incluía esta reforma, el Plebiscito y el
Referéndum (facultativo u obligatorio) fueron ignorados. Estas figuras de
convocatoria, consulta y participación, aunque contemplan el sometimiento de
los temas a considerar bajo la directriz del Ejecutivo federal, ampliarían el
abanico de opciones conducentes sugeridas por la propia sociedad.
Asimismo,
la de Presupuesto Participativo, cuya finalidad incluir a la ciudadanía en las
decisiones vinculadas con el destino de varios de los recursos públicos con los
que cuenta la Federación, también fue omitida. De igual modo sucedió con la de
Reelección de legisladores, con la que se permitiría evaluar su desempeño y dar
continuidad a quienes realmente hubiesen trabajado en pro de quienes los
eligieron, limitando el poder de la representación partidista y evitando las
mayorías de conveniencia logradas a partir de procesos electorales en los que
como candidatos, “comienzan desde cero” y aprovechan la desesperación e
ignorancia de la gente para ganar, con propuestas meramente retóricas y
oportunistas.
Pero
tal vez la más sobresaliente, y a la vez lamentable, es la de Revocación del
Mandato; figura adoptada a nivel federal por países como Venezuela (sí, donde
gobierna aquel “tirano socialista” que habitualmente es comparado con Andrés
Manuel López Obrador) y Bolivia en Latinoamérica, así como por algunos de las
potencias más importantes de Europa en los que la democracia es un eje
prioritario y que mediante su instrumentación, dotan al ciudadano de la
decisión para mantener o cesar a su presidente y funcionarios en general, de
acuerdo con los resultados que éstos entreguen, fortaleciendo además el vínculo
con el pueblo.
En
este contexto, aunque no todo se echó en saco roto pues se aprobaron las
Iniciativas y Candidaturas Ciudadanas, queda claro que éstas no representan
gran ventaja para combatir el presidencialismo que invade a México y lo
mantiene en el subdesarrollo, cuestionando si en verdad importa a los
servidores públicos, incluido el titular del Ejecutivo federal, la aportación
ciudadana.
SUI GENERIS
Para quienes criticaron la figura anti-sistema de "Presidente
Legítimo", en San Lázaro presentaron la de "Pre-Presidente" con
la Reforma Política; una de las modificaciones paralizadas por quien hoy,
instruye darle luz verde para fines plenamente electorales en su camino a Los
Pinos. ¿Cuál vale más la pena?
Y
es que, como lastimosa apología, hace justo 159 años, Antonio López de Santa
Anna asumía el cargo como presidente de la república por onceava ocasión (y
última, debido a su renuncia) autonombrándose “Su Alteza Serenísima”.
Hoy, el desabastecimiento de
garantías participativas y de legitimación democrática para la ciudadanía, a
través de una reforma que cumple con la manipulación de modificaciones que
sirvan como eslogan, pero no como solución; hacen las veces de profecía sobre
las bases que tendrá Enrique Peña Nieto de ganar la elección, convirtiéndose en
la “Alteza Serenísima” de su partido para el Congreso de la Unión, donde desde
ahora –y probablemente en igualdad de circunstancias después del próximo
primero de julio- le han dado el estatus de “presidente en funciones”, antes de
ser elegido. Para preocuparse.
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