lunes, 7 de enero de 2013

VÍA CRÍTICA / La prueba soflama

Por Miguel Ángel Gómez Polanco

“Debajo de esta máscara hay más que carne;
hay ideas y las ideas son a prueba de balas”
-V

Aunque el pasado primero de diciembre comenzó oficialmente una nueva etapa en el país, con el regreso de la fuerza hegemónica que por más de 70 años se estableció al frente del Poder Ejecutivo en México; el verdadero inicio de este ciclo de alternancia, más no de transición, será en el 2013, pues otra vez se da la invaluable oportunidad para hacer valer la democracia en la que se fundan los mecanismos electorales de la Nación a través de las elecciones locales que se celebrarán a mediados de año.
            Y es que, no obstante que existen grupos que han hecho de la insuficiencia democrática una bandera para denostar el sistema en el que se rige nuestro país, la realidad es que México goza de uno de las estructuras electorales más desarrolladas del mundo, por encima de países más avanzados basados en sistemas mixtos, presidenciales o parlamentarios, aunque esto, desde luego, no garantiza la correcta aplicación de las leyes en pos de la propia democracia, pues el problema principal no radica en la jurisdicción electoral, sino en la sociedad e instituciones que hacen uso de ella.
            Por ello, la participación ciudadana es determinante para alcanzar un nivel de aceptación y cultura democrática con la que el país podría por fin avanzar en este rubro, dejando de ser entre el 60 y el 65 por ciento de nosotros quienes elijan al nuevo presidente y de los cuales, con el ajuste poblacional correspondiente, termine siendo aproximadamente un 24 por ciento de 112.3 millones de mexicanos quienes decidan el triunfo, provocando efectos revolucionarios, insurgentes y esbozos de disidencia en un país cada vez más despierto, pero con la somnolencia propia de no tener certezas para pasar a la acción y dejar su inconformidad en las redes sociales o una poco ortodoxa toma de espacios públicos.
            De ahí que resulte indispensable dar otro sentido a las expresiones como el “1D” o “#TodosSomosPresos” y otras que centralizan el interés y polarizan la opinión pública, pues no se trata de apresar políticamente las conciencias, sino de que éstas crean en el papel de la ciudadanía y se ejerza dentro de los ordenamientos jurídicos que le den el poder que posee de manera innata, como parte electiva del otro poder que la gobierna.
            En este contexto, es vital que se haga caso omiso a las mociones que pretenden infundir mayor inestabilidad, algunas tan inverosímiles como la participación misma de gente destacada en ellas.
Caso ejemplar de lo anterior es la que recientemente apoyó el Premio Nobel de la Paz 1985, Alfredo Jalife- Rahme, quien a través del portal virtual de ciberactivismo “Causes.com” promueve una campaña en la que pide la desaparición del Instituto Federal Electoral, donde hasta el momento de cerrar el texto presente, ya había 14,262 firmas de apoyo a una iniciativa ciudadana que evidencia un claro desconocimiento del por qué de un órgano autónomo regido por leyes que le han otorgado el blindaje necesario para apostar por la democracia ideal que, si bien es cierto, no se ha conseguido, tampoco se debe precisamente a su “inutilidad”, sino al entorno que lo envuelve, en el que se encuentra precisamente un grave problema de percepción y el aprovechamiento de ello, por parte de las instituciones políticas.
Pero usted dirá ¿por qué es inviable esto? Y ciertamente es sencillo de responder, con tantito investigarle: el sistema electoral ha pasado por 23 reformas desde la promulgación constitucional del Congreso Constituyente en 1917. Durante este tiempo, siete leyes han regido el tema, en las cuales los intereses que, sobre todo a partir de 1946, el PRI se encargó de adecuar a modo con el apoyo de una débil “oposición” panista y la contra de pequeños grupos de la hoy inexistente izquierda; con la finalidad de establecerse en el poder y que, como menciona Jesús Cantú en su ensayo “El sinuoso andar de la democracia mexicana”, gracias a “errores de cálculo”, perdieron en la década de los noventa, para dar lugar al primer intento de transición en la historia democrática de México, con el triunfo de Vicente Fox en el 2000.
Asimismo, el nacimiento del IFE como instancia reguladora de la elección, pero sin capacidad de emitir fallos que son exclusivos del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación; acabaron con la simulación que la Secretaría de Gobernación y las representaciones de los Poderes emprendían para legitimar comicios amañados que en la actualidad ya son más complicados y con una significación muy diferente.
Luego entonces ¿qué es más conveniente? ¿Desaparecer el IFE y, entonces sí, dotar de “regresión” al país con sistemas manipulables que dificulten aún más el alcance de la democracia o pugnar porque los partidos políticos reformen sus estatutos con enfoques sancionables para que no sea necesario seguir imponiendo “candados” al sistema electoral, por aquello de los “adelantados” y la mala utilización de recursos públicos de todo tipo, con el objetivo de perpetuarse en el poder?


SUI GENERIS
El primer paso para que regresemos a las mismas, ya está dado. Al parecer, la crisis del PAN obligará a la institución no a reformarse, sino a convertirse una vez más en la sombra de un priismo que los mexicanos hacemos votos porque de verdad haya desaparecido, dando lugar a uno propositivo y que ejerza la aparente vacilada que hasta el momento representa el neoliberalismo.
Así también, la ambigüedad de la otrora izquierda mexicana que va más por el alboroto valiéndose de la euforia juvenil, ha fomentado la banalidad en sus acciones, poniendo en peligro la comprensión de los derechos político-electorales que aún reformados, siguen siendo auto-saboteados en lugar de utilizarlos a favor del bien común.
       El turno es para las y los ciudadanos, quienes deben dejar de sentirse “presos” y comenzar por utilizar términos como “#TodosSomosLibres” para vivir una nueva era en el país.
Aquí sí es válido desaparecer algo: el pesimismo y la paranoia conspiratorio-represiva, para que en lugar de limitar, nos hagamos del conocimiento y la práctica que corresponden al momento que vive México, pasando de tomar cada elección como una “prueba soflama” y verla ya como una “prueba de fuego” real que despierte el goce de los derechos que, aunque no lo creamos, poseemos constitucionalmente.
¿O usted qué opina, amable lector?



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