“A fuerza, ni los zapatos entran”; popular dicho con infinitas reproducciones en la historia y de virtuosa veracidad, aunque en México se interprete más como una imposición, que como una reflexión.
Y es que después de conocer la propuesta del diputado mexiquense, David Ricardo Sánchez Guevara –para su desgracia, priista, con lo que desató una peor malversación de su “ideota”-, respecto a la posible modificación al Código Federal de Instituciones y Procedimientos Electorales (Cofipe), que establecería el voto como algo obligatorio y de inmediata aplicación para las elecciones de este año, se estaría promoviendo el principal sustento del abstencionismo: la rebelión.
No obstante la justificación del legislador, quien argumenta que el voto voluntario “contribuye a un debilitamiento del sistema de representación política” y “el cuestionamiento de la legitimidad de los elegidos”, probablemente lo que no ha tomado en cuenta son las repercusiones de una acción como esta, en un país con una educación política deficiente que se ha acrecentado debido a la incredulidad y cuestionada labor de quienes forman parte de esta élite, infinitamente lejana a los intereses de la ciudadanía.
Además, es un hecho que esta decisión limitaría las posibilidades de alcanzar una verdadera y palpable democracia en México, convirtiéndola en una inútil dictadura en la que, en lugar de abstencionismo, podría surgir una revolución de votos nulos que empeorarían la difícil situación que vive, desde hace varios años, la voluntad electoral.
Por ello sería conveniente analizar los ejemplos de otros países cuyas legislaciones obligan o no a sus habitantes a votar, pues los contrastes entre éstos, pueden fungir como ejes en vías de la comprensión sobre el cómo aplicar una modificación así.
Por ejemplo, si se consideran las cifras que han presentado otros países, tanto de voto obligatorio como voluntario, se podría cimentar de mejor manera la factibilidad de llegar a esta determinación en el nuestro, pues si bien es cierto que en donde se obliga a votar a la gente, la participación en los comicios aumenta, no en todos estos lugares se aplican las sanciones correspondientes por no emitir el sufragio, pero sí se procura la legitimación de la elección de sus representantes.
En este contexto, sobresalen los casos de Honduras, Brasil, Bolivia, Paraguay y Argentina; países que incluyen en sus respectivos reglamentos la obligatoriedad del voto, contando con sanciones que no se cumplen y aún así superando, en todos los casos, el 70 por ciento de participación, mientras que México, con exactamente las mismas reglas y omisiones, ha alcanzado hasta el momento un promedio de tan sólo el 62 por ciento.
Cabe destacar que de los anteriores se desprende Brasil, actual potencia económica latinoamericana, donde la pugna por la eliminación de esta restricción ha alcanzado hasta el momento una trascendencia importante, al grado de llegar a la probabilidad de eliminarla, pues dicho país ha encontrado en la regulación de otros asuntos como la democratización de las instituciones, la anulación de la censura en los medios de comunicación y la redistribución militar para fines de defensa nacional -promovidos por el expresidente Ernesto Geisel desde 1974- acciones que procuraran el paralelismo con los temas electorales, pero partiendo de la inclusión ciudadana y sin imponérseles medidas que pudieran percibirse represoras y, por lo tanto, generadoras de inconformidad y consecuente abstencionismo.
Por otra parte, están países como Nicaragua, donde el voto es voluntario y en los últimos diez años se ha alcanzado una participación promedio del 81.4 por ciento, gracias a la conciencia electoral impulsada desde 1979 a través de la “Revolución Sandinista”, que buscó otorgar a los gobiernos un perfil progresista que hiciera de la ciudadanía una parte integral de las decisiones del país.
SUI GENERIS
Pero en México, la cosa es muy diferente. En nuestro país, invadido por el desinterés y la ignorancia inducida para beneficios partidistas y personales, el voto es el diamante en bruto más preciado.
No por nada los gastos excesivos en las campañas que, vale la pena mencionar, con la obligación de asistir a las urnas se elevarían más, pues la necesidad material de un país con altos grados de miseria “orillarían” a las instituciones a valerse de mayores artimañas para conseguir boletas a favor. Y luego dicen los partidos que no incurren en prácticas retrógradas… por favor.
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